Convertir la danza en un camino de vida, aun con lesiones y miedos, ha sido el reto que Andrea García, estudiante de Comunicación del Tec campus Ciudad de México, decidió enfrentar.
En julio de 2025, Andrea participó junto con sus compañeras y amigas, Natalia Suárez y Paula Cruz en la Dance World Cup en España. Para ella, este logro significó tanto cumplir un sueño como poner punto final a su etapa competitiva.
Andrea comparte que esta experiencia le permitió reflexionar sobre su verdadera relación con la danza: más que competir, ella busca inspirar, enseñar y seguir aprendiendo desde otro lugar.
Fue así como decidió que esta sería su última competencia, dando paso a una nueva etapa en su camino como bailarina y futura coreógrafa.

El inicio de un camino con la danza
Andrea conoció la danza desde muy pequeña: su madre la llevó a clases de ballet a los 2 años, y más tarde exploró también géneros como jazz y árabe.
Sin embargo, a los 7 años se alejó de ese mundo para dedicarse al cheerleading, disciplina que practicó por más de una década. Aunque el cheer le dio formación, con el tiempo sintió que la rutina le impedía crecer como artista.
Cuando llegó el momento de elegir universidad, Andrea tomó una decisión clara: aplicar al Tec de Monterrey con el único objetivo de formar parte de la Compañía de Danza del campus Ciudad de México dirigida por Beto Castro.
Y fue ahí, al integrarse al grupo, donde entendió que bailar no era solo una actividad extracurricular, sino un espacio de identidad y libertad.
“Cuando bailo sé quién soy; sin bailar estoy perdida”, confiesa Andrea.
“Cuando bailo sé quién soy; sin bailar estoy perdida”.
El desafío que la llevó más allá de sí misma
A finales de 2024, Andrea García, junto con sus compañeras y amigas, Natalia Suárez y Paula Cruz, recibieron una invitación especial de Beto Castro, director de la compañía de danza del Tec.
La propuesta: audicionar para integrar la selección de bailarinas que representarían a México en un escenario internacional.
En apenas una semana debían aprender y grabar 5 coreografías en estilos completamente distintos a los que Andrea dominaba.
Cada ensayo le significó un reto físico y emocional que la obligó a confiar en su disciplina y en su capacidad de adaptación.
Cuando finalmente recibió la noticia de que había sido seleccionada, comprendió que cada esfuerzo había valido la pena.
“Fue como demostrarme que no necesito a nadie más para alcanzar mis sueños, que si yo creo en mí, me va a ir bien, lo voy a lograr”, expresa.
“Fue como demostrarme que no necesito a nadie más para alcanzar mis sueños, que si yo creo en mí, me va a ir bien, lo voy a lograr”.
La bailarina confiesa que nunca ha disfrutado el mundo de las competencias.
La presión y los nervios suelen alejarla de la verdadera esencia de bailar, pero esta vez decidió enfrentarse al reto, convencida de que sería una experiencia distinta y significativa.
Bailar entre el dolor y la incertidumbre
En mayo, apenas 2 meses antes de viajar a España, Andrea sufrió una lesión severa en las rodillas que ponía en riesgo su participación.
Una condición en la que prácticamente; “bailó sin rodillas”.
Cada ensayo se volvió una lucha contra el dolor físico y los tratamientos médicos, al mismo tiempo que enfrentaba el temor de no estar a la altura de las demás seleccionadas.
Aun así, eligió continuar. Su pasión por la danza y la idea de que su disciplina es parte esencial de su vida le dieron la fuerza para no rendirse y seguir adelante, incluso cuando todo parecía en su contra.

El escenario en cuerpo y alma
En julio, Andrea viajó a Burgos, España junto con la selección nacional para representar a México en el Dance World Cup, la competencia de danza infantil y juvenil más grande del mundo.
Ahí, acompañada de sus amigas Natalia y Paula, presentó un número de danza contemporánea que marcaría su historia.
“Fue la primera vez que bailé con tranquilidad y pude acordarme de lo que hice en el escenario. Cumplí un sueño con mis amigas”, destaca.
Aunque cumplió un sueño, Andrea tiene claro que este fue su adiós al mundo competitivo.
Con cada mundial su lesión en las rodillas se fue agravando y decidió que no pondría más en riesgo su salud.
Esta fue su última competencia internacional, no solo por lo físico, sino porque la presión de competir le impide disfrutar de lo que más ama.
“Cuando estoy en una competencia, bailo tensa y por los nervios, casi nunca recuerdo lo que hice en el escenario”, admite.
“Cuando estoy en una competencia, bailo tensa y por los nervios, casi nunca recuerdo lo que hice en el escenario”.
Esta vez fue diferente: pudo fluir y disfrutar, pero también reconoció que su camino está en otro lugar. Andrea busca inspirar y transmitir su amor por la danza por medio de la enseñanza.
Lejos de las competencias, Andrea sueña con convertirse en coreógrafa y maestra de danza.
Su siguiente meta es montar una coreografía original para participar en 2026 en el festival nacional VibrArt del Tec de Monterrey, representando a su campus, convencida de que su misión es inspirar a otros a través del arte y del movimiento.
“Lo que más quiero es seguir aprendiendo. La danza no se acaba, siempre hay algo más que descubrir de mí misma y de lo que puedo transmitir en el escenario”, finaliza.
LEE TAMBIÉN: